La escritora mexicana Ingrid Rossi llama poderosamente la atención de la crítica especializada con una historia que parte de una obsesión para cristalizar en los valores de la reconciliación, el amor genuino y la búsqueda de la propia identidad.
Fue Oscar Wilde quien sostuvo aquello de que »la mayoría de las personas son otras: sus pensamientos, las opiniones de otros; su vida, una imitación; sus pasiones, una cita». Sin duda, una bella manera de reivindicar el valor de la propia identidad y de abandonar los vicios del actual mundo, tan líquido y homogéneo que parece plagado por una colección de sosias.
Nunca se debería olvidar el tesoro que supone la identificación de la propia identidad y de poner en práctica el aforismo que presidía el altar de Oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo». En esas cuatro palabras se encierra gran parte de lo que se tiene que desvelar en la vida. Y para lograr esa hazaña viene muy bien atender a determinadas lecturas.
Una de ellas, sin lugar a dudas, es esta novela titulada Saltar una grieta. Llega de la mano de la Editorial Caligrama, que publica esta asombrosa ópera prima que llega con la firma de la mexicana Ingrid Rossi. Es una autora que se ha tomado su tiempo para formarse como escritora para poder cincelar una trama que habla, con mirada larga, de las cuestiones esenciales de la vida, de cómo atreverse a plantear la inevitable pregunta de quiénes son las personas en realidad. Rossi ofrece un auténtico festín literario, casi un campo de batalla moral, que no ha pasado desapercibido para la crítica especializada.
La trama habla un personaje femenino con hechuras de convertirse en memorable. Julia es una joven historiadora que investiga la vida de la emperatriz Carlota en la Ciudad de México, aunque volará hasta Bruselas para acompañar a sus padres. Un buen día, por aparente azar, descubre un secreto familiar escondido tras el relato de un terremoto que alteró la vida de los suyos. Poco a poco, el ansia por saber toda la verdad la va consumiendo, hasta que logra alcanzar una epifanía que pondrá mesura en su viaje, que es emocional e iniciático. Un despertar en toda regla que alumbrará el conocimiento sobre ella misma. Narrado con profunda amenidad y mano de escritora madura, la lectura supone todo un disfrute que logra la amenidad más honda. Quizás se esté ante el hallazgo literario de la temporada.
Sin caer en el error del destripamiento anticipado, no está de más que ese eche un vistazo al interior de la obra para degustar la calidad de una narración que exhibe una documentación de primera: »Al escuchar las palabras de su madre, Julia volvió a sentir ese antiguo malestar que tan bien conocía desde el día en que Irene volvió de México. Una opresión en la boca del estómago, una mezcla entre el terror de que su madre se viniera abajo y el enojo de constatar que aquello que le había sucedido en Zihuatanejo pesara más en ella que su propia hija; la sorpresa y el resentimiento al darse cuenta de que dejaba de ser el centro de atención. Julia respiró profundamente e hizo lo mismo que había aprendido a hacer desde que tenía 7 años, poner buena cara al mal tiempo y seguir adelante».