Jesús Urceloy es uno de los más reconocidos poetas contemporáneos, pero además es un todoterreno cultural, ya que también es editor, profesor de escritura creativa, autor teatral, musicólogo, animador a la lectura y a la música clásica e imparte numerosos cursos de poesía en los Talleres de Escritura Fuentetaja, la Escuela de Escritores, la librería Sin tarima, la Fundación Kune o en la escuela de doblaje Aula 51.
Es autor — entre otras— de las ediciones literarias Todo Sherlock Holmes y Las 1.000 noches y una noche. Entre su obra poéticas cabe destacar La profesión de Judas, Diciembre (III Premio Margarita Hierro) o Visibles e invisibles. Su último libro publicado es Ferocidades (editorial Cuadernos del Laberinto) donde hace malabarismos con la rima y la métrica (que domina perfectamente) con el fin de arrebatar al lector la comodidad de la lírica descafeinada. Urceloy emociona a los lectores utilizando el castellano con respeto y ardor. Recuperando ritmos, métricas y cadencias, que se ignoran, se desprecian u obvian por falta de conocimiento, de lecturas, de estudio y de trabajo. Según la crítica literaria Marga Artaud, «en Ferocidades encontramos nuestras propias carencias, la alegría de vivir, la soledad amarga, todos los besos, la piel que escapa de nuestras manos, la tristeza contenida, la valentía necesaria para levantarse todos los días. A nuestros lobos y a nuestras convalecencias, los zarzales a nuestros pies y a nuestros fantasmas más desnudos. Soleares para tomar de cena o de aperitivo. Tercetillos, seguirillas y cantares que nos bajan a tierra, para emocionarnos por lo que somos realmente».
La poesía de Jesús Urceloy —gracias al lenguaje y a las ideas— consigue mancharse de belleza e inteligencia: y al llegar al último verso, se tiene la sensación de que la literatura es un artefacto útil que transforma al lector, como él mismo reivindica en sus talleres.
mis ojos han perdido la alegría
mis manos han ganado la paciencia
amo cada vez más la palabra dictada y la música
y duermo en el vacío
en un vacío hermoso recordando a quienes amo
unas veces me despierta la sed
otras la vejiga y el relámpago impasible de la desolación
entonces le pido a mis dioses familiares un milagro
un pequeño milagro que nunca sucede y, sin embargo,
confío
un minúsculo milagro con la forma humilde de la serenidad
—Ferocidades, su nuevo poemario, acaba de llegar a las librerías de toda España de la mano de la editorial madrileña Cuadernos del Laberinto. ¿Qué es lo que da vida a este libro, qué encuentra el lector en sus versos? ¿Cómo ha sido el proceso de creación de este poemario y cómo sintió que tenía que ver la luz? Háblenos de su libro y qué destacaría del mismo.
—Soy un escritor sin prisas, trabajo mucho mi poesía con gusto y pasión y considero realizar esta actividad como la responsabilidad básica ante cualquier lector. Mis libros nunca son producto del azar o de las prisas, aunque es cierto qué trabajo por bloques y no por libros conceptuales, es decir que no gusto de buscar una unidad formal para todo el conjunto de poemas. Me divierte la variedad, la amenidad. En este libro en concreto reivindico una función crítica y pensante del poeta y el mundo que le rodea. No me gusta la idea de lo políticamente incorrecto, pero abogo por una poesía inteligente, que aborde el pensamiento subversivo o bien analítico y al tiempo intenso. Las cinco partes del libro se han ido desarrollando en los últimos cinco años. No es un libro largo, o mejor dicho es un libro con muchos pequeños poemas, dónde juego con todos los medios y formas poéticas. Desde la métrica más tradicional al mal llamado «verso libre» y el aforismo. Y como digo, siempre desde una perspectiva crítica que pueda hacer sonreír mentalmente al lector.
— Ferocidades abre con una cita de Miguel Hernández, de las “Nanas de la cebolla”, ¿qué buscaba con el título del libro?
—Miguel Hernández nos habla de «cinco diminutas ferocidades». Me vino de perlas. El libro se compone de cinco discretas partes feroces, ajenas a lo blandengue, muy lejos de lo juanramoniano. Marga Artaud lo dice muy bien en su reseña. Apártense ñoños y pusilánimes, que salpica.
—Y hablando de luz, el primer poema que abre el libro habla sobre la luz violenta y es una autobiografía. ¿Qué refleja esa violencia?
—Creo que «luz violenta» es la metáfora perfecta de la poesía. La poesía debe violentar el lenguaje y las conciencias. El poeta maneja el atrevimiento en la justa medida de sus posibilidades. La poesía es riesgo y solo continua el avance siguiendo una estela poderosa. Mis décimas son del siglo XXI, las obtengo arriesgando, jugando, creando. La luz por la luz no basta. Prometeo roba la luz a los dioses para iluminar a los hombres a riesgo de sufrir el volátil castigo de esa gentuza ociosa. Pues ni ese temor le impide seguir adelante. Esta es la función del poeta y la poesía en estos tiempos convulsos que nos ha tocado vivir. La autonomía del poeta y la poesía frente a la universalización impuesta.
—¿Qué le ofrece la poesía en comparación con la narrativa?
—La poesía es el instante imperecedero. La poesía es un fotograma, el universo congelado en ese instante. La novela es la película. Ambas se pueden disfrutar por igual, pero la poesía nos permite disfrutar un instante eterno en el curso de la proyección y analizar los detalles de lo que estamos viendo.
—Entre otras profesiones, todas interesantes, es usted profesor de escritura creativa desde hace muchos años. ¿Cuántos alumnos han pasado por su abrigo? ¿Cuál es la lección principal que siempre inculca en sus clases?
—Las personas un tanto dispersas solemos tener un archivo para que no se nos desbarate la memoria. Guardo las listas con todos los alumnos desde el año 1997, aunque comencé a dar clases ya en 1993. A una media de 50 alumnos por año ya han pasado por mis clases más de 1000. A todos ellos les pido que sean honestos con su trabajo, que hablen siempre con el lenguaje de su tiempo, que caminen por la calle con los ojos pensantes y que nunca se crean héroes ni dioses. Es decir, que sean críticos consigo mismos y que presuman siempre de lo que vayan a aprender.
—Llama poderosamente la atención cómo cuida la métrica, la rima y la estructura de sus poemas. ¿Cuánto importan estas características en la poesía del siglo XXI?, y ¿por qué cree que se descuidan tanto?
—Nadie duda de que un buen intérprete deba saber solfeo o que un pintor sepa mezclar los colores. La retórica y el resto de componentes lingüísticos son siempre una ayuda, son las herramientas básicas para una buena escritura. Y en esto no tiene que ver ni el tiempo ni las modas. Conocer es saber. El resto es sencillamente vagancia, músicos de oído, pintamonas.
—Se le ha llamado “combatiente urbano” y “rara avis”. ¿Es la individualidad positiva en el mundillo cultural, qué pasa con los círculos literarios en los que se “reparte el bacalao”?
—Hay quien carda la lana y quién se lleva la fama. Lo que importa es portar la llama y no encender el pebetero. Y si toca, disfruta y echa una mano a los que vienen detrás. Es una lástima que esto último sea un rasgo de individualidad, síntoma evidente de que necesitamos una buena extinción.
—Como editor literario es responsable de la edición crítica de los libros “Todo Sherlock Holmes” y de “Las 1000 noches y una noche”, ambas para la editorial Cátedra. ¿Cómo fue el proceso de este insigne trabajo y qué es lo que más destacaría de estas dos grandes obras de la literatura?
—Las dos obras citadas requirieron un gran esfuerzo. La edición de Sherlock Holmes fue un trabajo de más de tres años de investigación. Su característica fundamental es que el orden es cronológico, es decir, desde la primera aventura de Sherlock hasta la última siguiendo la edad de los protagonistas. A este trabajo se le añaden índices varios, un comentario exhaustivo de cada una de las historias y un glosario onomástico con todos los personajes que aparecen en las sesenta historias, contando lo imprescindible de la acción que representan. La edición de “Las Mil noches y una noche”, la firmamos Antonio Romar y yo, y fue un trabajo más duro de lo que pensamos, pues recibimos una muy discreta colaboración por parte de la Biblioteca Nacional, qué hacían demorarnos en nuestro trabajo con normas obsoletas y retrasos impensables. Aun así, Antonio y yo conseguimos tras cuatro años completar una más que digna edición literaria, qué incluye una comparativa de las ediciones españolas y un pormenorizado estudio del mundo y literatura árabe, amén de diversos y muy jugosos añadidos.
—¿Qué le mueve a escribir?
—Soy un observador. Casi diría un mirón profesional. Un espía ciudadano. Me encanta mirar, mirar para conseguir ver y escuchar en silencio lo que pasa a mi alrededor. Pensar. Todo esto lo traduzco en mi literatura con algunas dosis de amor y humorismo.
—¿Cómo ve el mundo de la cultura en la España de hoy en día?
—Pertenezco a una generación de autores que está pasando desapercibida. Una generación que no ha sido reconocida oficialmente y a la que se le han puesto todas las trabas posibles. Gente que no somos ni iluminados ni hijos de burgueses. Es una generación que necesita urgentemente ser atendida. Desde muy jóvenes nos quedamos en un terreno de nadie, como los territorios ahora sin frontera definida entre Rusia y Ucrania. Porque éramos hijos de nuestros maestros y padres de nuestros hijos. Ambas generaciones con demasiadas ganas de exhibirse. Los primeros por el hambre y la escasez pasada y los últimos por la frivolidad y la conformidad que asumen sin vergüenza. Esta generación ignorada, a la que pertenezco, es el mayor mal que ha provocado el retroceso intelectual que creo vivimos ahora, donde se valora más el efecto fugaz de una emoción, que el continente y el contenido de las palabras. Ahí lo dejo.
—Siempre se dice que los poetas son grandes conquistadores. ¿Liga usted mucho gracias a los versos?
—Le contaré una pequeña anécdota. En las fiestas de mi juventud siempre fui muy resultón leyendo poemas de memoria y contando historias divertidas. Pero al final siempre había uno que sacaba las llaves de la moto. Y ahí se acababan mis increíbles aventuras.
—¿Cómo definiría en cinco palabras su estilo poético?
—No necesito tantas palabras. Solo una. Conocimiento.
Hay cosas que no pasan. Hay cosas por los lados.
Hay amores que cruzan nuestras calles vacías,
como viejos fantasmas desnudos. Y esos días
que se van como nada, contenidos, callados.
Y esas palabras simples y esos verbos pausados,
que se alejan al cielo como un vapor inerte
para perderse lejos, muy lejos… Esa muerte
pequeña de las cosas pequeñas. Los veranos
el agua, algún paseo, las tardes a su suerte
la vida: solo eso, y tomarte las manos…
***
Con lo poco que me dan
y lo menos que yo doy
no sé si vengo o si voy
donde mis pobrezas van.
¡Qué belleza me dirán
callando todos mis males
si gritando son zarzales
que crecen ralos, dispersos…!
¡Y dónde vi aquellos versos
aéreos y minerales…!
***
Todo lo que no escribí,
lo que jamás aprendí,
lo que dejé en el pasillo
de la memoria y perdí
por estimarlo sencillo:
lo que quise y nunca fui.
Y tan alegre de estar
por aquí junto a la lumbre,
con esa humilde costumbre
que es el contento de amar…
***
La curva se hace montaña
y en la redonda cadencia
baja el valle. La impaciencia
se disuelve. El agua empaña
cada surco. No se engaña
tu corazón. Salta. Quema.
Vertiginosa diadema
de labor que se amortigua.
La mano se vuelve antigua
frente al hombre. Es el poema.