Cuando se habla de disbiosis, se debe hablar primeramente de eubiosis, que es el término opuesto, es decir, que hace referencia al equilibrio de la microbiota.
La microbiota se refiere a esa gran comunidad de microorganismos que convive armónicamente con las personas en su organismo, superficies, mucosas o líquidos biológicos.
Para ejemplificar esto, la microbiota intestinal de una persona media de 70 kg se compone de más de 100 billones de microorganismos, y tiene un peso de unos 200 g. En la microbiota de un individuo se pueden encontrar entre 150 y 200 veces más genes que en todas sus células en conjunto.
El genoma humano contiene más de 23.000 genes, mientras que el microbioma se compone de más de tres millones de genes, que producen millares de metabolitos. En otras palabras, los genes humanos son microbianos en más del 99 %.
Si bien existe un “núcleo” compuesto por grupos bacterianos comunes a todos los seres humanos sanos (la mayoría de las personas compartirían un tercio de la microbiota), la composición de cada microbiota intestinal es única y, se podría decir, identificativa de cada paciente. Aunque cabe aclarar la diferencia entre un microorganismo que se encuentre en el intestino humano y aquellos que forman parte de la microbiota, es decir, que tienen la capacidad de colonizar el intestino, no solamente de transitarlo.
Cuando se pregunta habitualmente a expertos como el Dr. Fernando Ruger Viarengo cuál es la microbiota normal, su respuesta suele ser la misma: la que no genera síntomas, aunque es un concepto complicado de valorar pese a que parezca muy sencillo. Este profesional a veces escucha en consulta situaciones muy patológicas que los pacientes normalizan, por lo tanto, no lo toman como un síntoma; por ejemplo, el evacuar el intestino cada 4 o 5 días o el evacuar el intestino en forma diarreica y con moco, porque casi toda su vida lo ha hecho así. Por eso, es fundamental, ante todo, comprender que no existe un patrón definido de cantidad y calidad de microorganismos que clasifique a una microbiota de «normal», aunque en el mundo científico se han puesto de acuerdo con que sí debe cumplir una serie de características.
Gran riqueza y/o diversidad de especies. Se refiere al número de especies diferentes y sus diferencias en un hábitat específico, como el tracto digestivo, por ejemplo. La resistencia, resiliencia y estabilidad en el tiempo, por su parte, hace referencia a la capacidad para resistir a perturbaciones, como tratamientos de antibióticos o dietas desequilibradas, y para recobrar la estabilidad, posteriormente. Por último, una gran riqueza de genes microbianos intestinales, ya que el número de genes microbianos en el intestino sería un indicador de buena salud general y metabólica.
Seguramente, si se analiza la microbiota de un paciente del norte de África, la de un chino y la de un norteamericano, todos ellos sin síntomas y sanos, se encontrará una microbiota con diferencias sustanciales de hasta el 70 % en su composición, y todas ellas serían normales. Por lo tanto, el Dr. Fernando Ruger Viarengo prefiere hablar más de microbiota funcional o disfuncional, en lugar de normal o anormal. Muchas veces, la pérdida de especies hace que otras especies tomen sus funciones y, aunque no se encuentre en una analítica a esas especies perdidas, por diversas circunstancias o hábitos, se puede encontrar su función conservada, porque la metabolómica, es decir, la producción de metabolitos y la función de estos, se encuentra conservada y mantenida por otras especies que toman la posta de las especies perdidas, por lo que sigue siendo funcional.
En este sentido, es preferible que cale la idea de que una microbiota funcional es aquella que no da síntomas y mantiene un estado de salud tanto físico como mental de forma óptima. Este no tiene que ver tanto con el nombre del microorganismo que se pueden encontrar, sino más bien con las funciones que conserva esa microbiota y su metabolómica; a esto se le llama eubiosis, y todo lo contrario se conoce como disbiosis.